En todo el mundo, el efecto de la pandemia se ha hecho sentir, dejando como resultado miles de empresas cerradas y aún más personas sin empleo. La depresión económica del último año ha sido la más profunda en tiempos recientes, incluso peor que la experimentada durante la crisis económica global en 2008.

Como consecuencia de esto, las estrategias de finanzas públicas de los países han debido cambiar su foco a la inyección de dinero en la economía, para fomentar así un impulso en la actividad económica que pudiera poner freno a la caída estrepitosa del producto interno bruto. Las medidas restrictivas de seguridad que decretaron el cierre de industrias y servicios provocaron un daño, en muchos casos irreversible, al tejido industrial de los estados.

El aporte, en forma de subsidios y exenciones impositivas a pequeñas y medianas empresas, dio como resultado un fuerte incremento del déficit fiscal, generando además un desbalance financiero que debió ser cubierto por el aporte de fondos externos. En el caso europeo, la aprobación del endeudamiento comunitario y el fondo de recuperación han sido fundamentales para preservar y mantener bajo control la macroeconomía en los países más afectados, como Italia, España y Francia.